16/9/11

...algo nuevo comienza...

El enorme y lujoso auto estacionó frente a la parroquia. De él bajó un hombre de mediana edad, muy bien vestido y con signos de indudable prosperidad. Se dirigió al cura párroco y le dijo:

- ¿Se acuerda de mí, padre?

El cura lo miró por encima de las gafas, jamás olvidaba una cara.

- Claro, estuviste aquí hace casi un año, vestías en harapos y tenías hambre. Decías que habías perdido todo, que te descuidaste y que tu propia gente te había robado, estafado y humillado. Pero si mal no recuerdo, también sostenías que ya no había posibilidades para tí... y por lo que se ve, estabas equivocado.

- Estaba muy equivocado, padrecito, porque ese día usted me dio un consejo, ¿lo recuerda?

- Sí. Creo que te conté que mis ancestros en España cuando tenían un problema y no encontraban solución, tomaban los Santos Evangelios y los dejaban caer sobre la mesa para que se abriera al azar y ponían luego un dedo en el texto sin mirar dónde, porque confíaban en que Dios los guiará a la respuesta precisa...

- Exacto. Le confieso, padre, que me fui a casa riéndome de su ingenuidad. Mi problema es concreto pensé, qué tendría que ver Dios con todo eso. Pero esa noche me encontré tan desesperado que tomé el libro de los Evangelios del cuarto de mi madre y me animé a seguir su consejo... Al leer lo que señalaba, entendí todos mis errores y pude salir del horrible lugar en el que estaba... en señal de gratitud, he traído una donación para la parroquia, espero no ofenderlo. Volveré el año próximo. Una vez más, gracias padre, ha sido un placer conocerlo.

Y dicho esto empezó a marcharse...

- Un momento, hijo mío -lo detuvo el cura-, me gustaría saber, antes de que te vayas, qué decía la frase que tu dedo señaló en el Evangelio.

- Ah, sí, claro padre, decía "Capítulo 18".

- Perdona mi mala memoria -respondió el cura- pero, ¿qué dice el capítulo 18?

- No lo sé padre, nunca lo leí -dijo el hombre-. Lo que pasó fue que al ver la frase, me di cuenta de que más allá de lo que dijera el capítulo 18... EL CAPITULO 17 HABIA TERMINADO.




Vale la pena insistir, crear, reintentar, reempezar, construir y compartir

12/9/11

...no sueñes tu vida, vive tu sueño...

Había una vez un campesino gordo y feo
que se había enamorado (¿cuándo no?)
de una princesa hermosa y rubia…
Un día, la princesa – vaya saber por qué –
dio un beso al feo y gordo campesino…
y, mágicamente, éste se transformó
en un esbelto y apuesto príncipe.
(Por lo menos, así lo veía ella…
por lo menos, así se sentía él…).”


11/9/11

si pronto el mundo se termina, creiste en una segunda oportunidad

Gonzalo y su mamá se encuentran en el consultorio del médico, recibiendo el resultado de los análisis de Gonzalo.
Si poder ocultar su incomodidad, el médico les dice que la enfermedad de Gonzalo es terminal; que le quedan apenas unas semanas de vida.
Y les ofrece un tratamiento que se hace en Europa, que -les dice- no va a poder curar al chico, pero quizás ayude a extender un poco más el tiempo que le queda.
Gonzalo y su mamá agradecen al médico pero rechazan el ofrecimiento. Gonzalo quiere pasar el tiempo que le queda en su casa, en compañía de sus afectos.
Saludan al médico, y se van caminando para su casa.
En el camino, Gonzalo le pide a la mamá que lo acompañe a entrar a la disquería.
Y allí, nomás entrar, Gonzalo se queda perdidamente enamorado de la vendedora. Es… el sol, que ha salido en medio del más crudo invierno. Una mujer espléndida, que lo hace vibrar profundamente.
Pero él, joven e inexperto, se queda mudo ante semejante mujer, y a lo máximo que se anima es a recorrer un poco las bateas, y a comprar un CD, que ni siquiera tenía intenciones de escuchar… pero con tal de quedarse un poco más de tiempo cerca de ella.
Al otro día, Gonzalo vuelve a ir a la disquería. Y allí la encuentra a ella, inundándolo todo con una luz radiante, sonriéndole con la boca llena de sensualidad y ternura.
Pero él, tímido y nervioso, se pone a recorrer las bateas, hace, tartamudeando, un par de preguntas sobre la música, y compra un CD, que ni siquiera tenía intenciones de escuchar, pero… con tal de pasar un poco más de tiempo cerca de ella.
Así pasan algunos días.
Hasta que un día, en su casa, Gonzalo decide que no puede dejar pasar más tiempo sin decirle lo que siente. Y entonces escribe en un papel: Hola, soy Gonzalo. Me fascinó tu sonrisa, me cautivó tu mirada, me encantaría conocerte. Mi teléfono es… llamame.
Guarda el papel en el bolsillo, y se va a la disquería.
Lucía, se llamaba; él había averigüado secretamente su nombre; le pareció que lo estaba esperando, cuando llegó. Lo hizo reir, su estúpida idea. Arrugó el papel en el bolsillo, y a lo máximo que se animó fue a comprar un CD, que ni siquiera tenía intenciones de escuchar, pero… bueno… con tal de pasar un poco más de tiempo cerca de ella.
Así pasaron algunos días más.
Hasta que un día, mientras Lucía estaba de espaldas envolviendo el CD que Gonzalo había comprado -y que ni siquiera tenía intenciones de escuchar- él deslizó el papel arrugado con su número, debajo del talonario de facturas. Tomó el CD, y salió casi corriendo para su casa.

Al otro día, al mediodía, suena el teléfono en la casa de Gonzalo.
Atiende la mamá, y escucha del otro lado la voz de una joven que dice: - soy Lucía, la vendedora de la disquería. Me gustaría hablar con Gonzalo, por favor.
La madre no puede contener el llanto y dice: - Gonzalo falleció, ayer a la noche.

Si esta fuera una película de cine, la pantalla fundiría ahora a negro. Y la próxima escena que podemos ver es a la mamá de Gonzalo, en la habitación del chico, ordenando sus cosas.
Abre el armario, y encuentra allí dentro una pila de CD's sin desenvolver. Son los discos que Gonzalo había comprado y que ni siquiera tenía intenciones de escuchar.
Sonriendo, la mamá toma el primer paquete de la pila, lo abre, saca el disco, y cae un papel al suelo.
Sorprendida, la madre toma el papel, lo abre, y lee:
- Soy Lucía, la vendedora. Me fascinó tu sonrisa, me cautivó tu mirada. Me encantaría conocerte. Mi número es… llamame.

La madre toma enseguida otro paquete. Lo abre, saca el disco con otro papel que dice:
- Soy Lucía. Quizás perdiste mi teléfono. Todavía me encantaría conocerte. Mi número sigue siendo… llamame.
Y otro disco con otro papel que dice llamame, y otro disco, con otro papel que dice llamame, llamame, llamame.

Cada vez que comparto esta historia me viene a la memoria la frase de Emerson, que dice:

Si te dijeran que hoy es tu último día de vida; que podés hacer un último llamado de teléfono a una última persona.
¿A quién llamarías?
¿Y qué le dirías?
¿Y qué estás esperando? ¿Qué estás esperando?